«Hablando con Dios». Sixto Miguel Serrano y sus entrevistas con Michael Jordan (Parte 5)

2022-09-10 12:45:54 By : Ms. Lisa Ye

Artículo originalmente publicado en la revista Gigantes del Basket

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En 1988 saldé una deuda con Michael Jordan. Él y Stan Albeck me habían regalado meses antes el chándal oficial de Chicago Bulls. Yo quise corresponder con lo que, al margen de la familia, más amo en este mundo: una camiseta de mi Real Murcia.

Después del encuentro en el Madison Square Garden, volví a ver a Michael Jordan un año después, en febrero de 1988, en el All Star de Chicago. Trabajaba entonces en Basket 16, con mucha diferencia la peor revista por la que pasé. Mi amigo Fernando Laura y yo estábamos enemistados con los incompetentes que la dirigían, que con su mal hacer consiguieron que la revista fuera un fracaso y que cerrara, por suerte yo ya había salido de allí y era muy feliz narrando fútbol y baloncesto en Onda Madrid, dos años después de su lanzamiento Y eso, a pesar de que detrás contaba con el gran sostén económico de un grupo de comunicación tan poderoso como era Grupo 16.

Los que mandaban me la tenían jurada. Conocedores de mi pasión por la NBA, me castigaban apartándome de los viajes a Estados Unidos, así que no tenía ninguna posibilidad de que me enviaran a cubrir el evento.

Pero yo estaba decidido a ir. Me producía una especial ilusión seguir en directo el All Star Game de 1988, quería ver a Jordan en su casa. Estaba seguro de que iba a hacer algo espectacular, como así fue. Me tomé dos semanas de vacaciones, me pagué el viaje de mi bolsillo y me largué a Chicago una vez más, pero sin tener que trabajar, sólo a disfrutar.

Aproveché para visitar a una buena amiga estadounidense, Donna Williams, que vivía muy cerca, en Brookfield (luego se mudó a Naperville) y, por supuesto, para abrazar a mis queridos Stan y Phyllis Albeck, con los que me encontré, pero de una manera muy fugaz en esta ocasión. El ex entrenador de Jordan en los Bulls dirigía al equipo de su alma mater, la Universidad de Bradley, en la que había modelado los años anteriores al escolta Hersey Hawkins, que ya triunfaba en su primera temporada con los Sixers de Philadelphia, que lo habían seleccionado sexto en el draft. La temporada de la NCAA estaba en pleno apogeo, así que los Albeck hicieron un viaje relámpago desde Peoria (la ciudad donde está Bradley, al suroeste de Chicago, también en el Estado de Illinois), para verme, aunque sólo pudieron quedarse unas horas.

Creo recordar que ni siquiera pudieron ver el All Star, porque el día siguiente los Braves de Bradley tenían que jugar un partido en su cancha. Se perdieron el gran espectáculo protagonizado por Michael Jordan durante todo el All Star Weekend. El sábado ganó el concurso de mates, como había hecho el año anterior en Seattle derrotando a Jerome Kersey, superando esta vez en la final a otro muy grande, el sensacional Dominique Wilkins. El domingo fue elegido MVP del All Star Game al propiciar la victoria por 138-133 de su equipo, el de la Conferencia Este (entrenado por otro amigo, Mike Fratello, técnico de aquellos fabulosos Hawks de Atlanta) Este, después de anotar 40 puntos en sólo 29 minutos de pura exhibición.

Yo seguí todo el All Star acreditado como periodista, pero, por primera y única vez en todos mis experiencias en la NBA, simplemente como mero espectador. No estaba trabajando, así que no bajé a vestuarios, mejor no molestar a los compañeros que sí lo estaban haciendo. Pero deseaba saludar a Michael, para quien llevaba un regalo.

En uno de mis viajes anteriores a the windy city (la ciudad del viento), Albeck me había regalado el banderín de los Bulls, con una dedicatoria muy cariñosa (To Sixto Miguel Very best personal regards to a great friend Stan Albeck Bulls), una de las ilustraciones de este artículo. La otra es un autógrafo-dedicatoria que le pedí a Jordan para Gigantes, y en español, que me había firmado con su extraordinaria amabilidad habitual. En ese mismo viaje, Stan y Jordan me escucharon decir que me gustaba mucho el chándal de los Bulls. Un día después, tras un entrenamiento, los dos me regalaron ese precioso chándal compuesto por pantalón negro con corchetes rojos y chaqueta roja con corchetes, cuello y ribetes laterales negros, con el nombre de Chicago (en mayúsculas) en el vertical izquierdo y la intimidatoria figura del toro en la espalda. Chándal que, cómo no, todavía conservo como oro en paño, no sólo por lo bonito que es, sino especialmente por el gesto tan entrañable que tuvieron conmigo quienes me lo regalaron. Yo quise corresponder regalándoles lo que, a nivel deportivo, para mí tiene más valor en este mundo, una camiseta de mi querido Real Murcia.

Lo había hecho ya con Stan, aunque no me acuerdo si fue en Chicago o en San Antonio, donde los Albeck también tienen casa y pasan largas temporadas, desde que Stan entrenó a los Spurs entre 1980 y 1983. Me faltaba hacerlo con Michael, así que llevaba la para mí entrañable camiseta grana del Real Murcia, a la que mi madre, con todo su amor, había cosido a mano un precioso escudo de fieltro que se compraba aparte. Dejé que pasara el maremágnum del All Star. Me encontré con Jordan antes de un partido de regular season. Me saludó con su cariño, educación y sencillez acostumbradas. Le dije que esta vez no le pedía una entrevista, que estaba de vacaciones y que tenía un modesto y pequeño regalo para él. Le expliqué que quería devolver el gran detalle del chándal que él y Stan habían tenido conmigo meses atrás. “Es un equipo de fútbol y no es famoso ni poderoso, pero es el de mi ciudad y el que llevo en mi corazón”, le aclaré. “Para mí sería un gran honor que lo aceptaras”. Jordan, todavía me emociono al recordarlo, cogió la camiseta de mi amado Real Murcia con exquisita delicadeza y cariño, la desplegó y sonrió. “Muchísimas gracias, te agradezco realmente este regalo y aprecio lo que significa para ti, supongo que será algo parecido a lo que siento yo por North Carolina”, me dijo muy cariñosamente. “Y, además, me gusta el color, es rojo como la camiseta de los Bulls. Muchas gracias, mi amigo”.

Sé que a Michael, como persona extraordinariamente sencilla y agradecida, le hizo ilusión mi pequeño regalo y captó con su tremenda humanidad y sensibilidad lo que significaba que aceptara algo tan valioso, sentimentalmente, para mí. Siempre se lo agradeceré. Y nunca olvidaré que, al menos durante unos minutos, Michael Jordan y el Real Murcia estuvieron unidos.

Después de tocar la, para mí, gloriosa camiseta pimentonera, a Michael Jordan, lo dice un murcianista, claro, sólo le quedaba una cosa: empezar a coleccionar anillos.

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