Por suerte el ministro de Consumo, Alberto Garzón, no ha prohibido y cerrado a cal y canto los restaurantes que sirven carne después de que pidiera comer menos cantidad de este exquisito manjar para combatir su cambio climático. Y por suerte para los amantes de la carne y odiadores de las teorías alocadas del ministro comunista, sigue habiendo templos en los que se come carne y de muy buena calidad. Es el caso de Lana, una parrilla argentina en la que el producto y el servicio son extraordinarios.
Los hermanos Narváiz son los responsables de que Lana sea ya una parada obligatoria en el número 59 de la calle de Ponzano para todos los que quieran comer bien y disfrutar, sin prisa, como marca la tradición. Porque de ahí viene la pasión de Martín y Joaquín por la carne y los asados. Desde que eran pequeños se vieron rodeados de ovejas, de la lana esquilada –de ahí el nombre del restaurante– y de carne asada por su padre en un fuego improvisado en el garaje.
Hace tiempo que el amante de la carne busca algo más que un chuletón, un solomillo o un entrecot. Son múltiples los cortes que ofrece la vaca y también sus procesos de maduración. En Lana, su proveedor Cárnicas LyO, les nutre del mejor producto con maduraciones extremas que sacan el mejor sabor y punto a la carne.
La carta no es muy extensa, pero es muy acertada. Con unos entrantes para compartir y una maravillosa selección de carnes. De los primeros probamos una muy buena lengua a la vinagreta con salsa vitelo (8€/17€), en palabras de Martín: "Es nuestro vitello tonnato".
En esta casa se cuida todo al mínimo detalle. La decoración, similar al hogar de sus padres con suelos de madera, cemento y una zona para guardar la leña. El servicio, ofrecido íntegramente por argentinos, con Martín pendiente de la sala y Joaquín de la bodega. Una carta líquida de los más interesante, elaborada únicamente por vinos argentinos. Una apuesta arriesgada pero acertada si atendemos a que Joaquín se pasa las horas buscando nuevas etiquetas que ofrecer al comensal, como el tinto Famiglia Bianchi Malbec 2018 (32€) que probamos y que marida a la perfección con el menú que nos ofrecen. Esta filosofía hace años no se habrían atrevido a llevarla a cabo porque, según confirma Joaquín Narváiz, los vinos argentinos "no estaban al nivel" pero ahora sí que pueden competir con los europeos y españoles. De hecho, hay vinos que sólo tienen en Lana.
Seguimos probando la carta con un espectacular chorizo criollo (7€/11€). Lo hacen de forma tradicional como lo hacia su padre en el campo. Antes de asarlo lo dejan a remojo para que la piel no se rompa con el calor, lo atan bien por los extremos y nunca lo pinchan, de esta manera se cocina en su propio jugo. Algo parecido le ocurre a la molleja de ternera (13€/23€), de las mejores que he probado porque las asan enteras, no laminadas, así se conserva su jugo y quedan más sabrosas y esponjosas.
El asado en Argentina es un ritual y en Lana das fe de ello. No se doblan las mesas porque el comensal tiene que disfrutar de la comida y si quiere sobremesa puede tenerla. Desde que entras en el restaurante te prestas a ello, con la parrilla en la entrada y a la vista, como los diferentes cortes de carne cogiendo la temperatura adecuada y con el detalle de ofrecerte el cuchillo que quieras para cortar.
La única variación con la tradición en el país sudamericano es el punto de la carne. Martín nos cuenta que en Argentina la carne se come más hecha que en España, así que él agradece el punto menos hecho de aquí. De hecho, en Lana no se pregunta por el punto de la carne porque la sirven al punto que tiene que estar. Y en ese punto probamos un maravilloso ojo de bief 500g (40€), con un potente sabor fruto de la maduración y de las brasas y con una carne jugosa y tierna. Una auténtica delicia.
Aunque no seas un fan de la carne te recomiendo que visites Lana para impregnarte de la pasión que transmiten los hermanos Narváiz y disfrutar de una experiencia gastronómica con familia, amigos o pareja que no vas a olvidar, con un ticket medio de unos 50€ y con aparcamiento en la puerta.
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